Russo armó un equipo impulsivo y con buena iniciativa para tener y quitar. El juego cooperativo, el espíritu juvenil y los deseos de dominio fueron los factores claves de la victoria ante Newell’s.
Un triunfo claro que emerge del barro formado después de seis partidos sin ganar. Digamos que fue una victoria manufacturada en base a un notorio cambio de estilo. Desde el primero al último minuto, Boca se apropió de la pelota, el campo y el juego. Lo hizo sin intermitencias: sin caídas de concentración y ánimo. Sean atributos nuevos o recuperados, hay que consignar que se obtiene de ellos un deseado cambio de imagen.
La salida de la grisura con la que se llegó al Parque Independencia se manifestó de entrada, incluso antes de la entrada. Ver en la planilla a Nicolás Capaldo de lateral y a Cristian Medina de mediocampista de juego delante de Jorman Campuzano fueron buenas señales. Porque si Boca cayó últimamente en una relativa desgracia fue justamente por falta de previsibilidad en el lateral derecho y un déficit en el primer pase de juego.
Miguel Russo armó un equipo impulsivo, con iniciativa para tener y quitar. Con ese espíritu se conectaron Edwin Cardona, Sebastián Villa y Frank Fabra. El sacrificio le tocó a Mauro Zárate, que flotó en cierta incertidumbre espacial, en ese limbo que se abre entre la posición del nueve y el nueve falso. Pero luchó por integrarse al juego y tuvo el mérito de originar la falta que desembocó en el 1-0. Lejos de replegarse, la ventaja le dio a Boca oxígeno muscular y mental para ampliar la marca, que debió darse en la jugada de monumento de Agustín Obando que malogra Villa en una conexión de oeste a este.
Juego cooperativo, espíritu juvenil, deseos de dominio y aplomo para administrar la ansiedad, fueron los factores claves de una hermosa noche de verano rosarina…
